En Madrid, una camiseta básica de Zara cuesta 9,95 euros. En Bogotá, la misma prenda puede superar los 120.000 pesos. Lo que en España representa una opción accesible para el día a día, en Colombia se ha convertido en un símbolo de estatus. ¿Cómo es posible que una marca global, cuyo modelo de negocio se basa en ofrecer moda rápida y asequible, tenga precios tan desproporcionados en distintos rincones del mundo?
Zara, Bershka, Stradivarius y otras marcas del conglomerado español Inditex dominan el mercado global con su capacidad de renovar colecciones cada pocas semanas, dictar tendencias a gran velocidad y mantener costos relativamente bajos. Pero al llegar a América Latina –y Colombia en particular– sus precios se inflan hasta el punto de contradecir el principio mismo de la moda rápida: accesibilidad.
Un modelo que encarece lo que debería ser barato
Existen razones logísticas y fiscales que explican este fenómeno. La ropa de Inditex se produce mayoritariamente en Europa, Marruecos o Asia, y su llegada a Colombia implica altos costos de transporte. A esto se suman los aranceles de importación y el IVA, que aumentan significativamente el precio final. Por ejemplo, en diciembre de 2022, el Gobierno colombiano estableció un arancel permanente del 40% a la importación de confecciones, con el objetivo de promover la industria nacional.
Sin embargo, no todo se explica por los costos objetivos. Inditex también aplica una estrategia de precios diferenciada, adaptando sus tarifas según el poder adquisitivo, la competencia local y la percepción de marca en cada país. En Colombia, estas marcas se han posicionado en centros comerciales de alto perfil y se asocian con una identidad aspiracional, lo que les permite justificar precios más elevados sin necesariamente ofrecer un valor agregado superior.
Moda rápida, acceso lento
Esta diferencia no solo es una cuestión económica, sino también social. En Colombia, vestir Zara no significa simplemente seguir la moda: significa pertenecer. Las prendas, que en Europa se perciben como cotidianas, en Colombia son exhibidas con orgullo, como si fueran artículos de lujo. La moda rápida deja de ser democrática y se transforma en un marcador de clase.
Este fenómeno también afecta el consumo local. Marcas colombianas emergentes compiten con gigantes que venden prendas producidas en masa, pero que cobran como si fueran piezas exclusivas. En lugar de promover el desarrollo de la moda nacional, se refuerza la dependencia de productos importados, cuyo precio real no guarda relación con su costo de producción ni con la economía del país receptor.
Una reflexión necesaria
No se trata de satanizar a Zara ni a las marcas extranjeras. Se trata de abrir una conversación sobre cómo consumimos, qué valor le damos a la ropa y qué tan conscientes somos de los sistemas económicos que están detrás de nuestras decisiones de compra. ¿Por qué aceptamos pagar el doble o triple por una prenda que en otro país cuesta la mitad? ¿Qué dice eso sobre nuestra percepción de marca y de nosotros mismos?
La solución no es sencilla. Implica una revisión de políticas fiscales, una apuesta por el fortalecimiento de la industria textil nacional y, sobre todo, un cambio cultural: dejar de ver a la moda como una escalera social y empezar a verla como una forma de expresión y elección consciente.
Mientras tanto, Zara seguirá siendo una marca de bajo costo en Europa y un lujo disfrazado en Colombia. Pero quizás, si empezamos a cuestionarlo, podamos cambiar esa narrativa.